Mi tío Diógenes
Bruno Marcos
Tenía, y tiene, el aspecto de un partisano, delgado, con las sobras de algunos trajes clásicos, oscuros, la boina ladeada y los rizos morenos asomando por debajo. Los ojos abichados y una sonrisa entre pícara y terrorífica que los años de Diógenes le han tornado desdentada.
Fue el ensayo de mi abuelo, hacer una persona con todo lo que a él le había gustado más, los fragmentos de su vida que le proporcionaron más placer y que seguramente magnificó: cazar y vivir sin dar explicaciones.
Yo no sé si en todas la familias hay uno o varios diógenes, no sé si mi tío era, y es, talmente un diógenes u otra cosa, la mayoría dirá que un loco. Quizás hace 100 años fuera tan sólo un hombre de campo más, un poco raro. Los guardas no se cansan de multarlo por ser un hombre libre que caza liebres con galgos cuando le apetece, se ceban con él, alguien debería darles un susto, tal vez él algún día lo haga. Ni corto ni perezoso se ha mostrado ante los jueces tal y como es, llevando una cuerda de esparto por cinturón y una elegancia genética arcana.Cuando de pequeño me mostraba caprichoso me tildaban con su nombre pero hasta su nombre es bello, Eliseo, Lise.
Se iba por la mañana y aparecía en el ocaso envuelto por sus galgos. En una ocasión estábamos mi hermana y yo tirándonos desde el pajar sobre un montón de hierba y al oírle nos acurrucamos entre el heno. Luego sonó el portón y lentamente cada uno de los peldaños de la escalera fabricada con ramas retorcidas. Por el agujero asomó su boina negra y polvorienta y después su cara. Sus ojillos oblicuos me descubrieron y lejos de amonestarme me sonrió.
Recuerdo que, cuando el día estaba ya vencido, en un cobertizo, le entregaba una liebre a mi abuela quien, a la luz de una bombilla, la colgaba de una pata al gancho de una viga. Lentamente ella tiraba de su piel hacia abajo hasta sacarla de una pieza quedando la criatura desnuda de pelo y piel y roja. Lo vería muchas veces mientras jugueteaba sacando y metiendo las navajas que él dejaba en los huecos de la pared, pero lo recuerdo como si sólo lo hubiera visto una vez.
Tenía, y tiene, el aspecto de un partisano, delgado, con las sobras de algunos trajes clásicos, oscuros, la boina ladeada y los rizos morenos asomando por debajo. Los ojos abichados y una sonrisa entre pícara y terrorífica que los años de Diógenes le han tornado desdentada.
Fue el ensayo de mi abuelo, hacer una persona con todo lo que a él le había gustado más, los fragmentos de su vida que le proporcionaron más placer y que seguramente magnificó: cazar y vivir sin dar explicaciones.
Yo no sé si en todas la familias hay uno o varios diógenes, no sé si mi tío era, y es, talmente un diógenes u otra cosa, la mayoría dirá que un loco. Quizás hace 100 años fuera tan sólo un hombre de campo más, un poco raro. Los guardas no se cansan de multarlo por ser un hombre libre que caza liebres con galgos cuando le apetece, se ceban con él, alguien debería darles un susto, tal vez él algún día lo haga. Ni corto ni perezoso se ha mostrado ante los jueces tal y como es, llevando una cuerda de esparto por cinturón y una elegancia genética arcana.Cuando de pequeño me mostraba caprichoso me tildaban con su nombre pero hasta su nombre es bello, Eliseo, Lise.
Se iba por la mañana y aparecía en el ocaso envuelto por sus galgos. En una ocasión estábamos mi hermana y yo tirándonos desde el pajar sobre un montón de hierba y al oírle nos acurrucamos entre el heno. Luego sonó el portón y lentamente cada uno de los peldaños de la escalera fabricada con ramas retorcidas. Por el agujero asomó su boina negra y polvorienta y después su cara. Sus ojillos oblicuos me descubrieron y lejos de amonestarme me sonrió.
Recuerdo que, cuando el día estaba ya vencido, en un cobertizo, le entregaba una liebre a mi abuela quien, a la luz de una bombilla, la colgaba de una pata al gancho de una viga. Lentamente ella tiraba de su piel hacia abajo hasta sacarla de una pieza quedando la criatura desnuda de pelo y piel y roja. Lo vería muchas veces mientras jugueteaba sacando y metiendo las navajas que él dejaba en los huecos de la pared, pero lo recuerdo como si sólo lo hubiera visto una vez.
3 Comments:
de la casta le viene al galgo
Contesto con una ventaja: leo tus textos cada cierto tiempo, de cuatro en cuatro o de seis en seis, y comienzo por el más reciente, el que sigue a éste: pura nostalgia.
hazlo al revés y sigues la evolución... saludos de deportado a deportado querido espíritu
Bruno
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